Siete de la mañana. Suena la corneta y saltas de la cama. Estás cansado pero te vistes como puedes para llegar a tiempo a la revisión. Pasan la lista y vuelves a la habitación para hacer la cama y arreglarte un poco, es imprescindible. Tras un pequeño tentempié, a las ocho sale la primera patrulla hacia el campo de trabajo. Son nueve horas de trabajo con unos descansos entre medias, sin olvidar la comida ( que no es que sea muy abundante la verdad ). Llegas, a las nueve y media empieza la primera actividad. Distraerte conlleva quedarte sin menos descansos. Si muestras algún signo de cansancio o de falta de interés, lo normal es que te manden hacer flexiones. Así pasan y pasan las horas. La mayoría de tus jefes están siempre atentos para que el ritmo de las actividades sea fluido y se realice todo lo previsto para esa jornada. Al final de ese día el camión nos esperaba para llevarnos a los barracones. Cuando llegas tienes la cena antes de que suene el toque de queda, que anunciara el final de la jornada y a descansar para reponer fuerzas para el día siguiente. Son días de la semana monótonos y aparentemente sin sentido.
El día a día hace que en esa repetición de hábitos, mejoramos. Esto poco a poco nos va perfeccionando ya que siempre que algo cuesta, y pones todas tus fuerzas para conseguirlo, luego volver a hacer te costará mucho menos. Por eso siempre que tus padres u otras personas te hablan de la importancia del esfuerzo; no te mienten. Te hace mejor en el día a día.
Miguel F.
No hay comentarios:
Publicar un comentario